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martes, agosto 10, 2004

A la sombra de un semáforo... por Arturo Novelo

Crujir de vidrios. Entre el pavimento y la espalda se aprisionan los fragmentos. El hombre mancillado se incorpora desafiante. Otros, encerrados frente al volante, tiemblan al ritmo de motores encendidos. Espectadores Inmóviles, infortunados también, del quebrado destino.

Murmullo incallable. Ciudad. Resplandeciente diluvio de calor constante evaporando la paciencia. Un niño. Descalzo serpentea entre las máquinas. El sujeto empuña un par de picahielos y los eleva al cielo, cual ritual sagrado. Alza la frente, profana sus fosas nasales sin detenerse. El pequeño aun danza junto al hombre. Viendo a los que asombrados miran, juguetea silencioso tirando de sus ropas.

Suspenso sobre asfalto. Teatralizado, el mayor ofrece su rostro al niño. Pequeñas manos retiran de las cavidades los metálicos objetos. A menos de un metro del suelo, alza los instrumentos al sol, como la sombra de aquel hombre. La misma pose, la misma actitud; el mismo silencio, el mismo ruido. Tras los parabrisas redoble de tambores, sangre que se agolpa en cada pecho.

Ojos entrecerrados bajo cejas fruncidas se resisten a eliminar la visión. ¿Continúa el espectáculo? En momento exacto el hombre recupera las puntas-trofeo que ahora exhibe. A un toque en el hombro, el niño corre a los autos como si saliera al recreo. Extiende las mismas manos con que cortaría frutos tiernos, esas que abrazarían al agua como a un regalo del cielo.

En un auto entre la fila una mano tiembla. Tímida se asoma por la ventanilla. ¿Esta moneda es un alto o un siga? El adulto maquila el show, el pequeño sólo sabe que al cambio de luces los de primera fila se marchan y otros llegan al minuto.

Luces. Sesenta segundos para el llamado. El de estrechos pasos, haciendo sonar las monedas, y el artista del hierro y vidrio llegan al camellón. Los instrumentos a sus pies también esperan. Al chico una mujer le acaricia el cabello. Este cambia sonrisas con otro más pequeño. Algo dice para sí mismo hombre. Una de sus manos refriega su frente. Indiferente al intermedio, observa el semáforo. Prefiere no sentarse.


Arturo Novelo